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sábado, 23 de marzo de 2024

Las Bolitas



Recuerdo con cariño aquellos días en el colegio, cuando los patios se llenaban de risas y emocionantes competencias de bolitas. ¿Quién no se emocionaba al sacar su bolsillo lleno de esas pequeñas esferas brillantes? Las bolitas eran como tesoros, y cada una tenía su propia historia.

A las bolitas era uno de los juegos más populares. Para jugarlo, dibujábamos un círculo en la tierra y cada niño colocaba una cantidad acordada de bolitas dentro. Luego, con destreza y estrategia, lanzábamos nuestras bolitas intentando sacar las de los demás. Si tu bolita quedaba dentro del círculo, se decía que se había “ahogado” y debías retirarte del juego. ¡Era una batalla de habilidades y nervios!

Y luego estaba la troya, un juego derivado de las bolitas. En la troya, también dibujábamos un círculo en el suelo. Cada jugador ponía sus bolitas dentro y, por turnos, intentábamos lanzar nuestras bolitas para sacar las de los demás. ¡Era como una versión miniatura de las guerras épicas!

Otro juego de bolitas bastante popularizado era la hachita y cuarta. Consistía en que, una vez seleccionado el que iba a iniciar el juego, sacaba su bolita del hoyo y la lanzaba a “chitar” a la de su compañero. Si lograba marcar con la mano una medida llamada “cuarta” (del pulgar al meñique con la mano extendida) y lanzaba su bolita al hoyo, ganaba. ¡Era una competencia de precisión y destreza!

Además, había los tres hoyitos, donde debíamos lanzar la bolita y tratar de hacerla entrar en uno de los tres pequeños agujeros en el suelo. Cada hoyito tenía su propio puntaje, y ganaba el que acumulaba más puntos al final.

Las expresiones que usábamos durante estos juegos eran parte de la magia. ¡“Marullo, Marullo!” para desconcentrar al oponente, o el clásico “Por aquí pasó Pilatos, diciendo mil garabatos”. Cada partida era una aventura llena de risas y camaradería.

Las bolitas venían en diferentes tamaños y materiales: cristal, acero, piedra o barro cocido y pintado. Las más pequeñas las llamábamos “ojito de gato”, y la más grande era el “bolón”. Y no puedo olvidar los tiros de bronce, que a veces conseguíamos de los catres de los abuelos. ¡Qué tiempos aquellos!

Así que aquí está mi recuerdo emotivo: el sol brillando en el patio, las risas de los amigos y la emoción de lanzar una bolita perfecta. ¡Esos momentos quedan grabados para siempre en nuestra memoria!

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